Carta Encíclica “Fratelli tutti” sobre la fraternidad y la amistad social.
A “poquitos” iremos poniendo aquí, muy resumida, esta preciosa e iluminadora Encíclica del Papa, para
que podáis conocerla y encontréis luz para nuevos caminos. Ofrecemos hoy los cuatro primeros
párrafos, que nos atañen particularmente. Veréis por qué.
1. “Fratelli tutti”, escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y
proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a
un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro
«tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él». Con estas pocas y sencillas
palabras expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada
persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite.
2. Este santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me inspiró a escribir la encíclica Laudato si,
vuelve a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la amistad social. Porque san
Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de
su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los
enfermos, de los descartados, de los últimos.
3. Hay un episodio de su vida que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias
de procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su visita al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó
para él un gran esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias
de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las cruzadas, mostraba
aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su
Señor era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros,
san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su
identidad, cuando fueran «entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino
que estén sometidos a toda humana criatura por Dios». En aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos
impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y
también a vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe.
4. Él no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios. Había
entendido que “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4,16). De ese modo
fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque «sólo el hombre que acepta
acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser
más ellos mismos, se hace realmente padre». En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de
murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que
crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su interior,
se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con
todos. Él ha motivado estas páginas.