El documento del Papa integra ocho capítulos que, con mucha paciencia, iremos resumiendo.
El capítulo primero (números 9 al 55) lleva como título “Las sombras de un mundo cerrado”.
Y en él se van desgranando las miserias de nuestras sociedades y las repercusiones negativas que conllevan: Los intentos de décadas anteriores por buscar la integración de los pueblos y la paz en todo el mundo están sufriendo un serio retroceso: Vuelven conflictos armados, resurgen nacionalismos cerrados, resentidos y agresivos, la llamada economía global no se interesa por el bien común e impone un modelo cultural único, que quizá nos hace más cercanos pero no más hermanos… “Estamos más solos que nunca, porque prevalecen los intereses individuales y se debilita la dimensión comunitaria de la existencia”.
Se nos invita a perder el sentido de la historia y a que cada uno construya todo desde cero; además, se nos fuerza a consumir y a ser individualistas. Un camino eficaz de hacer desaparecer la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y la fraternidad es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras: democracia, libertad, justicia, unidad.
Se siembra desesperanza y desconfianza; se exaspera y se polariza todo; se niega a otros el derecho a opinar e incluso a existir y, para ello, se les ridiculiza y cerca; todo queda en manos del poder más fuerte. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia la confrontación.
Esta pelea interesada nos enfrenta a todos contra todos y provoca que vencer sea sinónimo de destruir.
Un proyecto común para el desarrollo de toda la humanidad suena a delirio; aumentan las distancias entre nosotros y el camino hacia un mundo unido y más justo sufre un nuevo y gravísimo retroceso.
El número 17 hace referencia al cuidado de la tierra, nuestra casa común, cuidado que no interesa a los poderes económicos. Por eso necesitamos constituirnos en un “nosotros” frente a quienes rechazan una seria y respetuosa ecología.
Los números 18 al 21, titulados “El descarte mundial”, los copiamos –por su interés- a continuación.
- Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo «no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos—. Nos hemos hecho insensibles a cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de los alimentos, que es uno de los más vergonzosos».
- La falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo termina con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales. Así, «objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos». Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados. No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar.
- Este descarte se expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza. El descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez. Las expresiones de racismo vuelven a avergonzarnos demostrando así que los supuestos avances de la sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre.
- Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que «nacen nuevas pobrezas». Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual. Porque en otros tiempos, por ejemplo, no tener acceso a la energía eléctrica no era considerado un signo de pobreza ni generaba angustia. La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento histórico concreto.